Isabel Flores de Oliva (1586-1617), una joven profundamente religiosa vivió en el siglo XVII en el virreinato del Perú. Completamente convencida de su amor a Dios y al prójimo, entregó su vida a los más necesitados, luchó contra la injusticia y las acusaciones del Santo Oficio, que buscaba hacerla pasar como una alumbrada. Tras su muerte, sus amigos más cercanos como los esposos Gonzalo de la Maza y María de Uzátegui y el doctor Juan del Castillo, iniciaron el difícil camino del proceso de canonización de quien se convertiría décadas después en la primera Santa de América.